Había una vez una familia de aves con su
amarillo brillante, de los Jilgueros, de esos que llaman Chirulí.
La última ave nacida, nunca aprendió a
volar, ni siquiera sabía que podía hacerlo. Papá y Mamá siempre estaban allí,
protegiéndola, dándole todo lo que necesitaba y volando por ella cuando se
necesitaba salir a buscar algo, total, era la más pequeña, ellos vivían para
ella.
Un día mamá se fue y no regresó más, la
pequeña ave estaba asustada, no sabía qué hacer, no sabía dónde estaba su
madre… la buscó en el nido, se asomó afuera pero estaba muy alto. Tuvo mucho
miedo. Papá ave nunca estaba en el nido, estaba como aturdido también por la
ausencia de Mamá Ave.
Al pasar los años, el ave quiso saltar del
nido, a ver si encontraba a su madre, o si corría con la misma suerte de no
regresar más. En eso por naturaleza comenzó a aletear y a medio volar. Ella no
sabía qué era eso que la hacía flotar en el aire, dando traspiés y golpes cayó
al piso.
Otra ave adulta, muy sabia, que veía todo
el escenario se acercó hasta donde cayó la ave, y le preguntó:
- ¿Qué intentabas hacer?
- Necesitaba salir de ese nido e intenté
volar-Respondió. Pero ya viste, creo que no nací para volar.
El
ave grande, con toda su experiencia le dijo: - El volar no depende del tamaño de tus alas sino de la confianza que tengas en ti mismo.
Por Ysneida Olivares
1 comentario:
Hermosa metáfora... Bendiciones
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